Tal día como hoy, hace ochenta años, se desató el infierno en España. Empezó la guerra civil, que duraría dos años y ocho meses.
Se inició como un alzamiento militar de un grupo de falangistas, los Nacionales, dirigidos por el general Francisco Franco contra el gobierno liberal de la República.
La victoria de la República en 1931 fue vista por muchos conservadores y por la iglesia católica como una amenaza. La República intentó alterar positivamente muchos aspectos de la vida de España, tal como reducir el analfabetismo y recortar el poder de instituciones como la iglesia que contribuían al sostenimiento de un sistema casi feudal. Sin embargo, el intentar reformar muchas cosas en poco tiempo se convirtió en su talón de Aquiles. Solo cinco años después, la sociedad estaba fragmentada en muchas facciones en lucha por conseguir algo de poder.
La guerra civil hizo aflorar, como era de esperar, lo peor en ambos bandos. Cuando se inicia una guerra, ya no hay inocentes. Es una lucha a muerte. Desafortunadamente, los que luchan raras veces son los que tienen más interés. Se les obliga a sufrir penurias ‘por el bien común’ o por los ideales de los poderosos que no lo quieren perder.
Lo que es específico de la guerra civil española es que, al contrario que en Alemania o Italia, una vez muerto el dictador, aquí no se hizo nada por compensar a las víctimas, restablecer un equilibrio y reconocer los errores para no volver a caer en ellos. Por el contrario, a la muerte de Franco ( prolongada por los médicos que lo asistieron durante meses), a los españoles se nos dijo que ahora tocaba hacer una transición hacia la democracia, con nuestro rey, Juan Carlos I (nombrado directamente por Franco como su heredero) como Jefe de Estado. De la noche a la mañana, la gente empezó a hablar de la transición con orgullo, como si fuera lo más destacable desde el descubrimiento y la colonización de América. Se nos vendió la moto de lo excepcional que era la situación y se nos dijo que era algo de lo que podíamos estar satisfechos todos los españoles, independientemente de nuestra ideología o edad. A cambio, todos dejarían a un lado las rencillas y los resentimientos que tuviesen porque, al fin y al cabo, era ‘lo mejor para todos’ y para el país. Habíamos logrado, al parecer, algo inaudito: democracia sin derramamiento de sangre. Deberíamos simplemente seguir adelante.
Ochenta años después, muchos españoles parece ser que no han podido seguir adelante sin más. Hay dos categorías de tales personas.
Primero están los nostálgicos de la falange para quienes todo este caos nunca hubiera pasado con Franco y que se alegrarían que otro Franco se hiciera cargo. Son los que, tal día como ayer, dan una misa por ‘F. Franco’ en la catedral de Valencia. Son los que acuden al Valle de los Caídos, su particular Meca, con los ojos brillantes y orgullo en el corazón a ver las tumbas de Franco Y Primo de Rivera. El hecho de que los trabajadores-presos políticos- que murieron durante su construcción estén enterrados en los túneles y en zanjas no es relevante para ellos. Eran presos republicanos, forzados a crear un monumento a los que les derrotaron en la guerra y destruyeron sus vidas.
En segundo lugar están las familias y los supervivientes de los republicanos, los perdedores de la guerra. No ha habido ninguna compensación pública para ellos, ningún reconocimiento oficial por parte del estado. Algunos han expresado sus condolencias de modo particular y privado. Son los menos. Miles de familias siguen buscando los restos de sus antepasados en cunetas y fosas comunes. Se han topado con las recomendaciones oficiales de ‘ olvidar y seguir adelante’. Es lo que ha pasado en otros países en teoría menos desarrollados como Argentina o Chile. Hubo muchos problemas y terror allí. Les costó años de revueltas. Pero la sociedad no quiso callar. De ahí la existencia de organizaciones como Las Abuelas de la Plaza de Mayo, luchando durante décadas para encontrar a sus nietos, robados por la dictadura a causa de la ideología de sus padres. ¿Qué mejor forma de aniquilar al enemigo que quitarle su futuro, sus hijos, y educarlos para que sean lo que sus padres lucharon por derrotar? Maquiavelo se sentiría orgulloso. En España, una red de secuestradores robaron más de 100.000 niños entre los años 40 y los 80, ya establecida la democracia española. El clamor es considerable, pero menos que lo que ocurre en Hispanoamérica.
Ayer leí un artículo que dice que el gobierno del Partido Popular, que ha contribuido enormemente al progresivo hundimiento del país, y a la alienación de la población, conseguirá un nuevo mandato gracias al apoyo de Ciudadanos, un partido de derechas de hijos de papá rico. Ahí quedan las buenas intenciones de la izquierda.
¿Qué hace que un país sufra de tal amnesia colectiva? ¿ O es solamente apatía, resignación y el progresivo atontamiento de la población lo que permite que los líderes nos conduzcan derechos a la catástrofe con pocas consecuencias para los corruptos responsables?
Un país que por norma ignora su pasado, que descaradamente lo esconde o lo niega, que hace luz de gas a parte de sus ciudadanos diciéndoles que traerán el desastre para ellos, sus familias y el país si remueven el pasado está destinado a repetir sus errores.
Ochenta Años Después- La Historia de Dos Españas

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